Me he
resistido durante muchos meses, iba dejando fluir las semanas , disimulaba
enmascarando los avances y encubría la
duda con un halo de incertidumbre. Pero escribirlo es contarlo y contarlo es
curarlo.
La petite
no tiene autismo o por lo menos no como lo tiene Mario. Ha empezado a hablar, a
repetir todo lo que le gusta, a cogerse rabietas y a dormir fatal. Pero sigue
recibiendo terapia y el año que viene seguirá en la guardería en el módulo de
necesidades especiales. Porque tiene, según nos han dicho en Atención Infantil,
gran inseguridad emocional. Coincide con lo que nos cuentan en la guarde, una
timidez enfermiza, poca iniciativa de juego, gran apego a los adultos de
referencia y todo ello se traduce en que cuando salen a espacios diferentes del
aula habitual, se queda pegadita a la pared, observando pero sin participar,
hasta que la animan y la animan y se decide a dar pasitos adelante.
Sin embargo
la petite, con sus 20 meses, tiene una inteligencia emocional fuera de lo
común. Creemos que ya empieza a ser consciente de que algo no va bien con su
hermano. Y nos hemos dado cuenta a la vez, mi marido y yo, por cómo reacciona
ante las rigidices de Mario.
Leyre tiene
un carácter muy fuerte y cada vez que Mario le quita un juguete, se pone como
una loca para retarnos a ver si vamos y le damos la razón poniéndonos de su
parte, pero en cuanto recupera el preciado cachivache, se lo devuelve a Mario
mirándolo fijamente y haciéndole ver que no se preocupe, que ella entiende que su
inflexibilidad le hacer gritar pero que en el fondo la adora.
Lo mismo pasa cuando Mario le roba la tablet
con la que ella está viendo los Cantajuegos, se la da casi de buena gana y me
mira para que le sonría.
No es una intuición, es una certeza, ella ya
sabe que su hermano es especial.